Lemuria
es el nombre de la última parte del gran continente de Mu que existía en el
Pacífico. La verdadera destrucción de Mu y su subsiguiente hundimiento en el
mar empezaron 30.000 años antes de Cristo. Esta acción prosiguió durante muchos
miles de años hasta que la última parte del antiguo Mu, a la que se conoce con
el nombre de Lemuria, también quedó sumergida en una serie de nuevos desastres
que tuvieron fin entre 10.000 y 12.000 A.C. Esto sucedió justo antes
de la destrucción de Poseidonis, el último resto del continente atlántico, Atlantis. El Señor Aramu-Muru (el Dios Mer) fue uno de los grandes sabios
lemurianos y el Guardián de los Rollos durante los últimos días de la condenada
Mu.
Los Maestros de Lemuria sabían muy bien que la
catástrofe final provocaría gigantescas mareas y enormes olas que sumergirían
la última parte de su tierra en las furiosas aguas y en el olvido. Aquellos que
trabajaban en la Senda
de la Mano Siniestra
proseguían sus diabólicos experimentos y no prestaban atención a “lo que estaba
escrito en la pared”, así como hoy, en la Tierra, millones de habitantes siguen “comiendo,
bebiendo y divirtiéndose”, aun cuando los fieles del Padre Infinito disciernen
claramente los signos de los tiempos.
Los Maestros y los Santos que trabajan en la Senda de la Mano Diestra
empezaron a archivar las preciosas crónicas y documentos de las bibliotecas de
Lemuria. Cada Maestro fue elegido por el Concilio de la Gran Jerarquía Blanca
para que fuera a diferentes secciones del mundo, donde, en seguridad, pudiera
establecer una Escuela de la
Antigua y Arcana Sabiduría. Se hizo esto para conservar el
conocimiento científico y el espiritual del pasado. Al principio, durante
muchos miles de años, esas escuelas seguirían siendo un misterio para los
habitantes del mundo; sus enseñanzas y las reuniones debían ser secretas. De
ahí que aún hoy día son llamadas Escuelas de Misterio o Shan-Gri-Las de
la Tierra.
El Señor Muru, como uno de los maestros de Lemuria,
fue delegado por la
Jerarquía para llevar los rollos sagrados que estaban en su
posesión junto con el enorme Disco Solar de Oro a la zona montañosa de un lago
recién formado en lo que ahora es la
América del Sur. Allí guardaría y mantendría el foco de la
llama iluminadora. El Disco Solar era guardado en el gran Templo de la Luz Divina en Lemuria y
no era un mero objeto ritual y de adoración, ni tampoco sirvió posteriormente a
este solo propósito al ser usado por los Sumos Sacerdotes del Sol entre los
Incas del Perú. Aramu-Muru partió hacia la nueva tierra en uno de los plateados
y ahusados navíos aéreos de aquella época.
Mientras las últimas partes del antiguo continente se
despedazaban en el Océano Pacífico, terribles catástrofes tenían lugar en toda la Tierra. La Cadena
Andina de montañas surgió en aquella época, y desfiguró la costa oeste de la América del Sur. La
antigua ciudad de Tiahuanaco(Bolívia) era en aquel tiempo un importante puerto
de mar y una ciudad colonial del Imperio Lemuriano de gran magnificencia e
importancia para la
Madre Patria. Durante los subsiguientes cataclismos se elevó
sobre el nivel del mar y el clima polar de las altas mesetas eternamente
barridas por el viento. Antes que esto tuviera lugar, no existía el Lago Titicaca, el cual es ahora el lago navegable más alto del mundo, por encima de
los cuatro mil metros.
Así, el Señor
Muru, después de su partida de la sumergida Lemuria, llegó al lago
recientemente formado. Aquí, en el lugar conocido ahora con el nombre de Lago Titicaca, el Monasterio
de la Hermandad
de los Siete Rayos cobró existencia, organizado y perpetuado por Aramu-Muru.
Ese Monasterio, que fue la sede de la Hermandad a lo largo de las edades de la Tierra, estaba situado en
un inmenso valle que tuvo su origen en la época del nacimiento de los Andes, y
era uno de esos extraños hijos de la Naturaleza a los que su exacta situación y
altitud le daban un clima suave, semitropical que permitía que las frutas y
nueces crecieran hasta alcanzar enorme tamaño. Aquí, en lo más alto de las
ruinas que otrora estuvieron al nivel del mar, como la Ciudad de Tiahuanaco, el
Señor Muru ordenó que se construyera el Monasterio con gigantescos bloques de
piedra cortados por la energía de la fuerza lumínica primaria. Esta construcción
ciclópea es igual hoy a lo que fue otrora, y sigue siendo un repositorio de la
ciencia, la cultura y el conocimiento arcano de los lémures.
Los otros Maestros de Lemuria, el Continente Perdido,
se dirigieron a otras partes del mundo y establecieron también Escuelas de
Misterio, para que la humanidad pudiera tener en todo el tiempo que pasase en la Tierra el conocimiento
secreto que había sido escondido, no perdido, sino escondido, hasta que los
hijos de la Tierra
hubieran progresado espiritualmente lo suficiente para estudiar de nuevo y
emplear las Verdades Divinas.
La ciencia secreta de Adoma, Atlantis y otras
civilizaciones mundiales muy adelantadas se puede encontrar hoy en día en las
bibliotecas de dichas escuelas, porque esas civilizaciones enviaron asimismo a
hombres sabios para fundar Retiros Interiores y Santuarios a todo lo largo y
ancho del mundo. Dichos retiros estaban bajo la guía directa y al cuidado de la Gran Hermandad
Blanca, Jerarquía de los mentores espirituales de la Tierra.
El valle del Monasterio de la Hermandad de los Siete
Rayos es conocido como el Valle de la Luna Azul y está situado
a buena altura al norte de los Andes, en el costado peruano del Lago Titicaca.
El Señor Muru no estableció inmediatamente después de su llegada el Monasterio
junto al Lago Titicaca, sino que pasó varios años viajando, estudiando y
ayunando en el desierto, donde se reunió con otros hombres que habían escapado
de la catástrofe. Lo acompañaba originalmente su aspecto femenino, Arama-Mara
(Diosa Meru), cuando partió de Lemuria en la ahusada nave aérea. Esas no eran
naves espaciales, sino que eran empleadas por la Madre Patria para el
comercio entre la colonias.
La Hermandad de los Siete Rayos existía desde tiempos
inmemoriales y había vivido en la
Tierra en la misma época que la Raza de los Mayores, hará
cosa de mil millones de años. Empero, nunca había tenido antes un monasterio
donde los estudiantes de vida, altamente adelantados en la Gran Senda de la Iniciación podían
reunirse en armonía espiritual para mezclar el flujo de su corriente vital.
Cada estudiante cobraba existencia en uno de los Siete Grandes Rayos de Vida,
tal como lo hacemos todos, y esos Rayos debían ser mezclados por cada discípulo
que tejía su Rayo, como si fuera un hilo coloreado, en el tapiz que simbolizaba
la Vida Espiritual
del Monasterio. Por lo tanto, era llamada la Hermandad de los Siete
Rayos, y se la conocía asimismo como la Hermandad de la Iluminación.
Extracto del libro El Secreto de los Andes de George Hunt Williamson (Brother Philip)
No hay comentarios:
Publicar un comentario